Es conocida mi incapacidad para entender lo que está pasando a mi alrededor. No puedo llegar a entender cómo se habla de crisis, de desastres en el terreno del empleo ni de falta de capacidad empresarial, cuando la realidad nos muestra, un día tras otro, que tenemos mimbres más que sobrados para hacer los cestos que la coyuntura demande, los que cualquier coyuntura demande. No es necesario que nos vayamos a buscar líderes fuera de nuestras fronteras ni que imitemos modelos que otros hayan puesto en práctica. Es suficiente con que echemos la vista en derredor y contemplemos cómo se organizan las cosas, con qué prontitud, rapidez y capacidad, mayores y chicos se ponen al avío de emprender algo en común y lo consiguen con resultados sobresalientes.

Todo preparado para la cena. Pefecta organización.
En las recientes fiestas de mi pueblo, los organizadores –todos jubilados o prejubilados- han hecho gala de virtudes que para sí quisieran los capitanes de empresas de allende nuestras fronteras, porque los susodichos han demostrado:
a) Capacidad de organización: entre unos cuantos -no más de quince- han preparado una serie de actos festivos para entretener a una masa de gente durante al menos diez días sin que hayan tenido que despeinarse.
b) Ejecución con economía de medios: lo han hecho al reclamo de una devoción popular y poniendo como enganche cenas de las llamadas “de sobaquillo” servidas en largas mesas montadas al fresco de la noche y en la vía pública en las que los cacahuetes, los altramuces, las olivas, el vino o la cerveza y la gaseosa han sido el anzuelo, puesto que la conversación no podía tener lugar más que entre vecinos de al lado o con los que tocaran enfrente ya que la dimensión –unos veinte metros de largo- impedía otra comunicación que no fuera la visual con el resto de compañeros y la algarabía hacía difícil incluso la charla distendida con el vecino a no ser que se elevara el tono de la voz.
c) Poder de convocatoria: pese a las dificultades expuestas, la asistencia ha sido masiva y no menos de doscientos comensales se han dado cita puntualmente, noche a noche, para cenar en compañía. Cualquier restaurante famoso se las ve y se las desea para reunir una cantidad así de gente de una manera constante. Ningún conferenciante llena más allá de treinta butacas un día tras otro y muchos políticos se darían con un canto en los dientes por tener doscientos ciudadanos dispuestos a seguir sus discursos y a secundar sus acciones de total acuerdo, porque éste es otro de los logros demostrados.
d) Capacidad de acuerdo: Ni una voz en contra, ni un mal gesto entre los asistentes y ¡el silencio más absoluto reinando en la Plaza del Olmo! Eso sí; un silencio sólo roto por la voz de la señora que cantaba los números del bingo –dos o tres cada noche- con una profesionalidad digna de encomio: “El 27, dos siete”. “Han cantado línea…” Ya quisiera el presentador de la Reina de las Fiestas o el Director de la Banda de Música, que se tuviera a sus actuaciones el respeto que se tiene a la maravillosa letanía de los números del bingo.
e) Capacidad de administración: No sé con exactitud cuál puede ser la cuota que se abone para pertenecer a la sociedad que organiza lo que vengo describiendo, aunque no creo que sea una cantidad exorbitante. Con lo que se recauda, supongo que con los beneficios del bingo y alguna aportación extraordinaria que siempre debe haber, se compran las pitanzas, se paga el alquiler de las sillas –supongo que algo de eso habrá- se pagan las actuaciones musicales –dos, al menos, en el tiempo de los festejos- y lo pasan bien algún centenar de personas que “socializan”, como se dice ahora, adecuadamente. Cualquiera de los tres bares que hay instalados en la Plaza mejoraría su cuenta de resultados de contar con los ingresos que esas doscientas bocas consumidoras les podrían proporcionar durante los diez días que duran estos fastos; pero el genio administrador de los dirigentes se las ingenia para comprar en cantidades grandes lo que calculan que vaya a ser consumido y así “todo cae en casa”.
f) Capacidad de entusiasmar: no cabe duda de que ha de haber momentos de incomodidad en la celebración de las cenas, pero todo el mundo los asume, los sufre en silencio y los interioriza. No sé si con ánimo de sacrificio o porque pedir peras al olmo tampoco es demasiado racional y al mal tiempo deciden poner la cara de los días de fiesta en los que estamos. A todos los que participan se les ve cara de felicidad. Los que no lo hacemos, miramos con caras diversas: de estupor, de incredulidad, de ignorancia. Se ve que no estamos tocados por la gracia divina. Los que participan, mayores, pequeños, medianos, valencianos, navajeros, se les nota el entusiasmo con el que acuden noche tras noche en esta primera decena de agosto.
g) Capacidad de improvisación: todo esto no se planifica a lo largo del año. Las Fallas –en cuyas Comisiones habrá que buscar el antecedente remoto a este tipo de convocatorias- empiezan su andadura al día siguiente de haber sido quemado el monumento y durante todo el año se va recaudando -mediante loterías, aportaciones, actuaciones y homenajes varios-, el dinero que las hará posibles; pero aquí, las gentes que se integran en el invento son capaces de empezar a pensarlo en el mes de julio sin pararse en barras. Luego, lo planificado saldrá mejor o peor, pero siempre hay una solución ingeniosa para cada cosa que salga mal. Y no faltará la petición de socorro o de colaboración –generosamente correspondida- en cuanto sea necesaria para despejar de mesas el “comedor” para dar paso al baile una vez que se haya terminado el bingo.
¿Quién diría ahora que somos una nación a la deriva, sin pulso y sin temple ni recursos para sacar adelante cualquier proyecto que se nos antoje? ¿Será –quizás- que los jubilados o los prejubilados son los que tienen las ganas, el tesón y las virtudes que se suponían en otro tiempo a los españoles? ¿Hay un fallo de eficacia, de laboriosidad, de empuje, entre la generación capaz de hacer todo lo que he dicho antes y la que actualmente anda dispersa, desorientada, desperdigada, inane, y falta de coraje para abordar lo que debe abordar? ¿No sabe, no quiere, no puede la juventud actual –esos JASP de otros días- tirar del carro? Porque lo que es cierto es que los adolescentes, los preadolescentes e incluso algunos de sus abuelos también han demostrado virtudes desconocidas durante estas cenas y los bailes que les han seguido. Sobre todo durante los bailes.
a) Conocimiento de los número interpretados: a mi entender, desde “Los Pajaritos” hasta aquí no ha habido ni un solo número que no haya sido bailado adecuadamente y coreado a voz en grito por los asistentes más jóvenes y también por los no tan jóvenes, pero saltando de generación. Eso supone un conocimiento de las letras, no siempre fáciles hay que reconocerlo, que abarcaban un largo período de tiempo lo que presupone un dominio de la historia reciente que no está al alcance de cualquiera y que demuestra< a las claras
b) Capacidad de memoria en varios aspectos: no es sencillo
- recordar las coreografías, a veces complicadas, que exigen los bailes modernos; el Coyote y otros números por el estilo son ciertamente difíciles de rehacer tras largo tiempo sin la práctica. Pues bien, era como un ejército maniobrando en perfecta formación, los pasos, las palmadas, las vueltas, todo en perfecta sincronía como si hubiera estado ensayado al milímetro una y otra vez, cuando la realidad es que la mayor parte de los bailarines ni siquiera viven cerca durante el resto del año. Una muestra más de la capacidad de memoria de movimientos y de acuerdo en la realización de tareas en común que exigen disciplina, rigor y olvido de individualismos disgregadores.
- Tampoco es fácil recordar tantas y tan variadas letras de canciones en idiomas distintos del propio, en inglés por ejemplo, que se cantaron a lo largo de las actuaciones ciertamente inolvidables de los conjuntos que ejecutaron sus canciones sobre el escenario.
- La memoria del material sin sentido es uno de los factores que intervienen en la medida de la inteligencia. Los estribillos o canciones compuestos de “bu-kla-no rs-men-taj” –es un decir- de duraciones que a mí me parecieron interminables, no tuvieron un solo fallo y fueron casi escupidos con entusiasmo a los actuantes por parte de los participantes en los bailes sobre todo, insisto, adolescentes, preadolescentes y sus abuelitas de manera muy especial. Esa capacidad de recordar cosas que no tienen ilación ya la quisieran para sí los escandinavos, o anglosajones que nos dan envidia con sus calificaciones del informe Pisa. ¿No estarán confundidos los que lo elaboran?
c) Total actualización: lo último de lo último que hubiera salido al mercado donde quiera que fuera, estaba presente en la memoria y la voz de la gente joven que hacía gala de sus conocimientos supongo que laboriosamente adquiridos y retenidos con esfuerzo de voluntad y tesón. ¿Quién ha dicho que no hay valores ahí?
d) Empleo adecuado de material remoto: los jóvenes recordaban las canciones, letra, música, coreografía, inflexiones…, todo, que se hicieron en los tiempos en los que no habían nacido, en un alarde de conocimiento de la Historia, al menos la reciente.
e) Amplitud de repertorio: no se crea que el conocimiento de nuestros jóvenes se limita a un cantante un estilo; lo mismo se arrancan por sevillanas que bailan un “twist” o los más pausados estilos del “country”. Es decir que sus conocimientos son amplios y de diversa índole.
f) Capacidad de aprendizaje: tiempo, esfuerzo, repetición son valores que han tenido que emplear para llegar al grado de perfección en las letras, la gracia de los movimientos –incluso de los más salaces- y la seguridad en la ejecución de bailes y cánticos de tribu cohesionada.
g) Entusiasmo: de todos; jóvenes, mayores, medianos, todos, han venido participando, ejecutando, colaborando, como embarcados en una tarea común necesaria que tuviera una gran trascendencia.
En vista de lo que hemos visto, ¿cómo creer que España es una nación que necesita de la ayuda de las demás para salir de una crisis -¿crisis? ¿qué crisis?- que nos han montado las potencias extranjeras y el sionismo internacional representado por la banca. El contubernio judeo-masónico no podrá con las capacidades de las gentes de esta nación bien demostradas a lo largo y a lo ancho de la geografía patria, porque supongo que no habrá un lugar de España en el que no se dé un fenómeno similar al que acabo de describir. Con un pueblo así, ¿quién podrá pararnos?
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